Subida en un promontorio al sur del embalse de Yesa, Artieda vive pendiente de las decisiones administrativas sobre el recrecimiento, pero a la vez mantiene una actividad socioeconómica envidiable gracias al alto porcentaje de población joven y emprendedora.
Después de pasar Puente la Reina, si seguimos la serpenteante carretera dirección Pamplona, nos encontramos con varias poblaciones de La Jacetania. Casi ya en el pantano de Yesa un pequeño y algo destartalado cartel, en el margen izquierdo de la calzada, nos indica el desvío que conduce a Artieda, Mianos o Ruesta. Cuatro kilómetros para llegar al primero y nueve para el segundo. Una vez tomada la estrecha carretera en esta dirección, pronto se divisa una pequeña colina abarrotada de casitas. A pocos metros de la entrada del pueblo, nos topamos con el cementerio nuevo, que se encuentra fuera del
núcleo urbano. Varias pintadas de YESA NO delatan que estamos, sin lugar a dudas, llegando a Artieda. La entrada al pueblo sorprende ya que hay una gran actividad. Una carpintería, de dónde salen ruidos de sierras y lijadoras mecánicas y una cuantas obras en marcha. Varias casas en construcción y las reformas del acceso al centro del pueblo llenan de actividad a este pueblo zaragozano. Todo está cuesta arriba, y para acceder a Artieda hay que subir por callejuelas empinadas. Una vez en lo alto, se recupera la calma, momento para mirar alrededor.
Cuando decimos Artieda lo primero que se nos viene a la cabeza es el pantano de Yesa. Es de sobra conocido en todo Aragón y si cabe en el Estado español, la lucha que sus habitantes llevan realizando durante años para que sus campos y medio de vida no queden anegados bajo las aguas. Sin embargo, Artieda significa mucho más. Su situación fronteriza entre los reinos navarro y aragonés y entre las provincias de Huesca y Zaragoza, le ha dotado de un carácter muy particular. La vida de sus habitantes sigue marcada por esta situación de estar en tierra de todos y de nadie.
Un ejemplo de ello es que, como explican algunos vecinos, muchas veces no saben a donde ir al médico. Para acudir a una consulta rutinaria o para algo que no sea una urgencia acuden a Berdún, pero para cosas como una operación o una situación que requiera una hospitalización, se desplazan hasta Pamplona. En el mapa, Artieda pertenece a la provincia de Zaragoza, la Alta Zaragoza, que se introduce de manera casi impertinente por el extremo oeste del territorio oscense. Sin embargo, debido a la reciente comarcalización, Artieda forma parte de La Jacetania. Para llamar al pueblo es necesario marcar el 948, es decir, el prefijo territorial de Navarra. “A pesar de que parezca algo confuso, estamos muy bien así. No nos falta de nada”, afirman. Calles y casas empedradas dejan ver la arquitectura de montaña y medieval que caracteriza a Artieda y que aún se sigue manteniendo.
Quizá debido a la continua amenaza que supone para sus habitantes, el pantano se ha convertido en una localidad con un alto porcentaje de población joven, a modo de revancha; o quizá sea solo una paradójica coincidencia. Una de sus clásicas reivindicaciones ha sido la del derecho que tiene todo ser humano a elegir el lugar donde vivir. Los más mayores del lugar, todavía recuerdan muchas anécdotas de los que antaño vivieron los tiempos más esplendorosos de Artieda, cuando el número de habitantes llegaba a 270. Un dato significativo es que en 1900 había 275 habitantes, que pasaron a ser 223 en 1950 y a 129 en 1978. Unas cifras que muestran la evolución de la sociedad, y como el mundo rural pierde protagonismo. “Algunos se fueron a América y han vuelto para instalarse de nuevo en la casa familiar, otros emigraron a Barcelona, Huesca o Zaragoza”, nos cuentan.
En la actualidad sobre 100 personas residen todo el año en el pueblo. Y es que la eterna lucha del tiempo contra la despoblación rural, que sufren tantos pueblos pirenaicos, no perdona a nadie. Desde lo alto de la colina sus habitantes pueden ver sus campos de cultivo y sus granjas, como si se tratara de una posición defensiva como las de antaño. El pantano y la sierra de Leyre se divisan al oeste. “¿Ves esa arbolada? Cuando el pantano sube también se inunda, y esos campos de al lado están expropiados aunque no están cubiertos por las aguas”, cuentan. A pesar de que en Artieda todo el mundo está pendiente de las resoluciones que se van tomando en la cuestión del recrecimiento todos siguen volcados en sus trabajos. Desde arriba se ve como los tractores trabajan a orillas de la gran masa de agua artificial.
La agricultura es por tradición el principal motor económico del pueblo, aunque ahora la ganadería le está comiendo terreno. “La cría de cerdos está resultando ser un negocio rentable”. Mientras divagan con sus explicaciones, un hombre pasa con una cesta llena de robellones, signo inequívoco de que el otoño ha comenzado. Entre chascarrillos no quiere responder dónde los ha cogido, ¿pero qué habitante de pueblo en su sano juicio revelaría sus secretos? Estos codiciados manjares otoñales, al parecer, solo crecen “por ahí”.
Una carpintería se encuentra a la entrada del pueblo. Un negocio que empezó a mediados de siglo XX y que continúa con éxito en el presente. La serrería de antaño se ha convertido en un floreciente negocio. Casi en frente de la carpintería se encuentra el nuevo polideportivo. Un reluciente frontón con cancha de baloncesto y un par de porterías para jugar al fútbol. “Hemos jugado mucho al frontón, nos gustaba mucho en este pueblo y hacíamos varios torneos”, aseguran. Junto a las instalaciones deportivas, se encuentra una sala habilitada con un moderno boulder, donde los jóvenes del pueblo entrenan para cuando el tiempo acompañe, salir a escalar en las paredes de la zona. Fuera hay aparcado un mono volumen con un cartel de transporte escolar. Y es que los más pequeños tienen que desplazarse hasta Berdún para ir al colegio; los de secundaria van al Instituto de Roncal o al de Jaca. Ni la educación queda exenta del carácter peculiar de Artieda.
Esta localidad también intenta aprovechar el ‘boom’ del turismo rural, y además del albergue de peregrinos, son dos las casas que se han habilitado para acoger huéspedes. La vertiente aragonesa del Camino de Santiago aporta su granito de arena en la vida del pueblo y cada vez reciben más peregrinos. Aquellos que deciden acercarse hasta Artieda pueden pernoctar en el albergue, una antigua abadía restaurada y que ofrece un gran balcón al Pirineo.
La historia con mayúsculas de Artieda, a caballo entre los periodos romano y medieval, es una de las más peculiares e interesantes de la zona. Restos de todas las épocas, incluyendo el Renacimiento y el Neoclásico se encuentran aquí y allá. La gente es muy consciente de esto; de la historia de sus antepasados y de la importancia de conservarla y difundirla. En la bodega de las casa descansan algunos restos de antaño que encontraron mientras labraban la tierra. Se puede encontrar elementos tallados en piedra, pequeños mosaicos, vasijas, ruedas o tapas circulares de antiguos pozos. También parte de la antigua pila bautismal de la iglesia.
La tradición de Artieda está muy unida a su noble pasado y son varias las celebraciones que se realizan al año. Las fiestas patronales, que deberían ser para San Martín, como era antiguamente, es decir, el 11 de noviembre, se adelantaron hace algunos años para San Lorenzo, el 10 de agosto. Explican que para San Martín coincidía con la vendimia; y añaden con una pícara sonrisa que más de uno “montaba una buena gracias al vino que corría”. Este adelanto tiene el objetivo de que la época estival anime a la gente a acudir al pueblo, además de facilitar a los nativos que no viven en el pueblo a participar de una de las tradiciones pirenaicas más arraigadas, las fiestas patronales. Sin embargo, San Martín no se queda abandonado el día 11 de noviembre y los habitantes de Artieda celebran una comida popular.
En Semana Santa el pueblo acogía hasta hace algunos años dos procesiones; una, el Domingo de Ramos, con ramas de olivo bendecidas, y otra el Viernes Santo, día en el que se realizaba un Vía Crucis con paradas en todas las casas de la localidad, adornadas con sábanas blancas en los balcones. El Domingo de Resurrección, las “carraclas” resonaban en la iglesia, una tradición que no hace tantos años que se dejó de practicar en los pueblos pirenaicos. Dentro de las celebraciones más destacadas de Artieda se encuentra la romería del día de Pascua de Pentecostés a la ermita de San Pedro. El Ayuntamiento obsequia a los que van en romería con pan y vino; y los romeros preparan platos tradicionales para compartir entre todos. Una muestra del sentido de comunidad que tienen los habitantes de Artieda es la Nochebuena, en la que se reúnen alrededor de una hoguera para compartir y degustar el tradicional vino ‘quemau’.
A 150 kilómetros de Zaragoza, a 60 de Pamplona, a una altitud de 652 metros y sobre una colina, Artieda supera los avatares del tiempo. Con el orgullo de tener un glorioso pasado, con la certeza de tener un rico presente y con la esperanza de que todo eso no muera bajo las aguas de un maldito pantano.